La
Vocación es un regalo. Eso ya lo sabemos. La vocación en un camino, eso también
ya lo sabemos. La vocación implica un sinfín de actitudes en aquel que es
llamado.
Un
factor que aparece siempre cuando Jesús llama a alguien es la renuncia. Tal sea
ilógico en el pensar actual el hecho de tener que renunciar a un buen propósito
por la inseguridad de un proyecto que se sabe que no está controlado por
nosotros mismos.
Muchos
jóvenes que se sienten llamados a vivir la vida religiosa o sacerdotal pueden
llegar a experimentar cierta angustia al tener que renunciar a sus más grandes
anhelos y el lógico pensarlo. Sin embargo Jesús es claro, hay que dejar todo:
madre, padre, hijos, tierras, proyectos. Al menos a nuestro ojos así lo parece,
pero la vocación que Dios tiene reservada para cada uno nosotros es un regalo
que viene a dar otro sentido a los propios bienes. Si pensamos que la renuncia
es necesaria para poder cuadrar del todo con la voluntad de Dios todo tiene un
sentido nuevo. Del mismo que para poder llenar un recipiente de un contenido
precioso, es imposible hacerlo si dentro tiene algo, que aunque también
valioso, no se lleva del todo con lo que Dios propone.
Es
muy claro que solo es capaz de renunciar a todo y seguir a Jesús aquel que ha
encontrado un gran tesoro, como la Perla preciosa del Evangelio, solo quien se
ha encontrado con el amor sin fin de Dios y quien sintoniza con el misterio del
corazón de Jesús que quiere obrar por mediación del que es llamado.
Si
pensamos en la figura de los apóstoles que dejaron todo al instante podemos
preguntarnos, ¿qué vieron en Jesús que tan atractivo vieron para no titubear y
dejar lo que estaban haciendo?, ¿qué ha impulsado a tantos santos que dieron su
vida hasta al extremo por Jesús?, ¿Qué hay en la vida consagrada y sacerdotal
que tantos hombres y mujeres viven felices sin tener aparentemente nada? Sin
duda la respuesta puede ser: encontraron el amor de Jesús, su compañía que hace
que lo demás sea basura, estorbo.
La
vocación es una aventura que implica el riesgo de dejar las seguridades y
humanas y nadar en los brazos de Jesús. La vocación en vaciarse a sí mismo para
dejarse transformar por Jesús, un renovarse en el corazón.
No
debemos de confundir el hecho de renunciar como una huida del mundo, una
negación extrema de lo que se es, pues Dios llama a personas con una historia
determinada. Dios no pide que vivamos simplemente enajenados de nosotros
mismos, no, Dios quiere que ofrezcamos conscientemente y con un amor puro, como
una ofrenda, la propia vida para el servicio de los demás.
Dejar
las redes en la barca, la mesa los impuestos, los muertos, la familia, la
mujer, los hijos, el proyecto, la comodidad, la seguridad por el seguimiento
cercano de Jesús es algo maravilloso si se vive con amor, con felicidad, con
una verdadera entrega.
No
suceda con nosotros lo que al joven rico: Maestro bueno ¿qué he hace para
obtener la vida eterna?… Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te
falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el
cielo; entonces vienes y Me sigues.” Pero él, afligido por estas palabras, se fue
triste, porque era dueño de muchos bienes.
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