Luego de un recorrido por algunas
de las avenidas de la Ciudad de México, el Papa Francisco, llegó a la Basílica
de Guadalupe, en donde minutos antes de que comenzara la Celebración
Eucarística, el Santo Padre se encontró con miles de peregrinos que muy
ansiosos esperaban su llegada y que sin duda alguna le entregaron su corazón
sin importar el tiempo de espera y el arduo recorrido que realizaron para
encontrarse con su pastor.
Porras, gritos y cantos, se
escuchaban en todo el interior de la basílica y en la explanada guadalupana los
bailes y brincos no se hicieron esperar, pues el representante de Cristo estaba
por arribar.
Una vez que Francisco llegará a la
plaza mariana no cesaban de escucharse al unísono “¡Te queremos Papa, te
queremos!”, “¡Francisco, hermano, ya eres mexicano!”, “¡Francisco, amigo, eres
bienvenido!”, “¡Ésta es la juventud del Papa!”, “¡Queremos la bendición!”;
mismos gestos que generaron que el Papa pudiese olvidar cualquier síntoma de
cansancio físico tras un viaje extenso; ¿y cómo no hacerlo? Si los mexicanos se
le entregaban como sólo nosotros lo sabemos hacer.
Ya en procesión el coro de la
Basílica entonó “La Guadalupana”, misma que hizo que a todos los ahí presentes
se les enchinara la piel, tras escuchar, aquellas notas que pudiesen
considerarse como el segundo himno de esta nación mexicana.
Tras un “En nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo” todos los asistentes entendieron que sería el inicio
de una “renovación” de fe, pues el Papa de la misericordia daría un mensaje a
toda una nación que está dispuesta a ser cada vez mejor.
En su mensaje el Santo Padre
señaló: “El encuentro con el ángel a María no la detuvo, pues no se sintió
privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario,
reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será recordada
siempre como la mujer del «sí»,
un sí de entrega a Dios…”
De igual manera señaló “… Así como acompañó la
gestación de Isabel, ha acompañado y acompañado la gestación de esta bendita
tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma
manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos
que como él siente «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55)”.
También indicó que “En ese amanecer, Juanito
experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia
de Dios. Él es el elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la
construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que
él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra
tenía que elegir a otros… María, empecinada –con el empecinamiento que nace del
corazón misericordioso del Padre- le dice: no, que él sería su embajador”.
Señaló
a todos que “… El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en
todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuesto a un
sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin
reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El Santuario de Dios son nuestras
familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y
levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros
caminos…”
Estas palabras llevaron a un momento de
reflexión a todos los presentes mirando a la mujer que fue el Santuario vivo de
nuestro Salvador.
Antes de impartir la bendición, el Santo Padre
otorgó una corona conmemorativa a la Emperatriz de América, una muestra
sencilla del amor que Francisco le tiene a la “Morenita del Tepeyac”.
De ahí llegó un momento muy esperado para el
Papa Francisco, quien pidió estar a solas con la madre de los mexicanos, orar
ante ella y postrarse a sus pies; además de encomendar el Santo año de la
Misericordia. Momento en el cual los feligreses acompañaron al Santo Padre, en
este momento de intimidad, con una oración, una oración que permite llegar a
nuestro Señor.
Nota y fotografía por: Héctor Javier Álvarez Romero, corresponsal.
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