“Porque cunado soy frágil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 10)
El Viajero de los
Pueblos
La fortaleza es un valor único,
inigualable y profundamente inscrito en el corazón del hombre. Es la capacidad
de longanimidad ante las preocupaciones que nos rebasan. Podríamos pensar que
la roca es más fuerte que el agua, pero al mucho insistir la perfora, la rompe
y termina con ella. Sin embargo el agua sigue siendo igual. ¿De dónde proviene
su fuerza?
Hoy veremos una muestra clara de
antecedente, situación y concepto.
Un día estando en la
Catedral-Basílica me di cuenta de que una amable joven pasó a preguntar sobre
un lugar específico para poder visitar, sus rasgos eran orientales pero su
dicción era de un perfecto español. Preguntando sobre el Primer Milagro de la
Virgen, y sobre los lugares a visitar llegó esta joven japonesa. Esto me
recordó una pequeña historia que aprendí hace bastantes años.
Li era una jovencita que
trabajaba desde muy pequeña en su casa, cultivando el arroz por las mañanas y
ayudando por la tarde en un taller de pequeños juguetes que llegan de
importación a México. Toda su vida pasó así, del cultivo a casa y del taller a
comenzar de nuevo con su rutina. Sencillamente no hacía nada diferente a otras
personas y hubo ningún hecho fantástico en su vida. Esto es su antecedente.
Nada extraordinario.
La situación es complicada.
Perdió a sus padres en un terremoto, la empresa familiar pasó a manos de su tío
que despilfarró los bienes, nunca se casó y hasta hace poco supo que carga con
una enfermedad mortal que la obliga a sufrir mucho. Ella sigue tranquila,
impasible y serena. ¿Por qué? ¿Si la vida nunca la había probado, si nunca tuvo
problemas, ahora cómo sabe afrontarlos?
El concepto es claro. Su
respuesta es la fortaleza. Ella como el agua supo aprender de lo ordinario, de
lo genial de la vida cotidiana. Aunque parezca igual el agua, nunca es la
misma. Siempre está en movimiento. Pudo
hacer de lo ordinario, algo extraordinario que la fue preparando para esta
misión en su vida.
La fortaleza viva está presente
en muchas personas que salen de su patria, por trabajo, por misión o incluso por
la misma satisfacción de viajar. Todos ellos presentan algo en común, deben de
salir de sus comodidades, enfrentarse a una cultura e insertarse en ella. Así
pasa con nuestros paisanos que emigran de su tierra para poder mantener a su
familia. Sufren hambre, dolor, depresión, desesperación por no poder
comunicarse ni siquiera para desear los buenos días a alguien. Todo ello es una
prueba de fortaleza. Ésta no significa dureza, amargura y pesadez. Va más allá,
la fortaleza habla de constancia de firmeza y tenacidad. La diferencia entre
una impactante muralla y una simple pared no es más que la repetición aumentada
de los mismos ladrillos con que ambas fueron hechas.
Eso es fortaleza. La joven de
Japón que conocí fue una inspiración para reconocer la fortaleza en mi vida. Sé
que detrás de ese español un poco cortado, pero bien ordenado, debe de haber
muchas horas dedicadas al estudio, a la práctica. Debe de haber errores,
burlas, incluso situaciones difíciles para pedir algo necesario y no poder
darse a entender. Pero también podemos decir que detrás de una simple
conversación existe una vida llena de experiencias, circunstancias y trabajo
por poder comunicarse.
Ojalá que tantas palabras cumplan
su fin. Darnos cuenta de que la fortaleza no viene adjunta a nuestra vida, se
experimenta poco a poco y se aprende en lo habitual. Así podemos decir como el
Apóstol de los Gentiles, “Me complazco en soportar por Cristo debilidades,
injurias, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando soy frágil,
entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 10). ¿Y nosotros cómo vivimos la
fortaleza en nuestra historia?
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