LA
FAMILIA, CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD
La
familia, primera sociedad natural
La importancia y la centralidad de la familia, en orden a la persona y a la
sociedad, está repetidamente subrayada en la Sagrada Escritura: «No está bien
que el hombre esté solo»
A partir de los textos que narran la creación del hombre se nota cómo –
según el designio de Dios – la pareja constituye «la expresión primera de la
comunión de personas humanas». Eva es creada semejante a Adán, como aquella
que, en su alteridad, lo completa para formar con él «una sola carne». Al mismo
tiempo, ambos tienen una misión procreadora que los hace colaboradores del
Creador: «Sean fecundos y multiplíquense, pueblen la tierra». La familia es
considerada, en el designio del Creador, como «el lugar primario de la
“humanización” de la persona y de la sociedad» y «cuna de la vida y del amor».
En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así
como la necesidad de corresponderle; los hijos aprenden las primeras y más
decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes.
Por todo ello, el Señor se hace garante del amor y de la fidelidad conyugales.
Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus
características propias y dio así una excelsa dignidad a la institución
matrimonial, constituyéndola como sacramento de la nueva alianza. En esta
perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad y la familia su solidez.
Iluminada por la luz del mensaje bíblico, la Iglesia considera la familia
como la primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios, y
la sitúa en el centro de la vida social: relegar la familia «a un papel
subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad,
significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo
social». La familia, ciertamente, nacida de la íntima comunión de vida y de
amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, posee
una específica y original dimensión social, en cuanto lugar primario de
relaciones interpersonales, célula primera y vital de la sociedad: es una institución
divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización
social.
La familia es importante y central en relación a la persona. En esta cuna
de la vida y del amor, el hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad
recibe el regalo de una nueva persona, que está «llamada, desde lo más íntimo
de sí a la comunión con los demás y a la entrega a los demás». En la familia,
por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea
un ambiente de vida en el cual el niño puede «desarrollar sus potencialidades,
hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e
irrepetible».
En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad
familiar, las personas son reconocidas y responsabilizadas en su integridad: «La
primera estructura fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia,
en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien;
aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir
en concreto ser una persona». Las obligaciones de sus miembros no están
limitadas por los términos de un contrato, sino que derivan de la esencia misma
de la familia, fundada sobre un pacto conyugal irrevocable y estructurada por
las relaciones que derivan de la generación o adopción de los hijos.
La familia, comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad
humana, contribuye en modo único e insustituible al bien de la sociedad. La
comunidad familiar nace de la comunión de las personas: «La “comunión” se
refiere a la relación personal entre el “yo” y el “tú”. La “comunidad”, en cambio,
supera este esquema apuntando hacia una “sociedad”, un “nosotros”. La familia, comunidad
de personas, es por consiguiente la primera “sociedad” humana».
Una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda
tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella la persona es
siempre el centro de la atención en cuanto fin y nunca como medio. Es evidente
que el bien de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad están
estrechamente relacionados con «la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar».
Sin familias fuertes en la comunión y estables en el compromiso, los
pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los primeros años de vida
los valores morales, se transmite el patrimonio espiritual de la comunidad religiosa
y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se aprenden las responsabilidades
sociales y la solidaridad.
Ha de afirmarse la prioridad de la familia respecto a la sociedad y al
Estado. La familia, al menos en su función procreativa, es la condición misma
de la existencia de aquéllos. En las demás funciones en pro de cada uno de sus
miembros, la familia precede, por su importancia y valor, a las funciones que
la sociedad y el Estado deben desempeñar. La familia, sujeto titular de
derechos inviolables, encuentra su legitimación en la naturaleza humana y no en
el reconocimiento del Estado.
La familia no está, por lo tanto, en función de la sociedad y del Estado,
sino que la sociedad y el Estado están en función de la familia. Todo modelo
social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de
la responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus
relaciones con la familia, tienen la obligación de atenerse al principio de
subsidiaridad. En virtud de este principio, las autoridades públicas no deben
sustraer a la familia las tareas que puede desempeñar sola o libremente asociada
con otras familias; por otra parte, las mismas autoridades tienen el deber de
auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que necesita para asumir de
forma adecuada todas sus responsabilidades.
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