Sus padres eran
Norberto Reyes y Francisca
Salazar. No eran
gente acomodada. Todo
lo contrario, su
familia pasaba verdaderamente por
muchas estrecheces económicas. Por ello el muchacho Sabás tuvo que empezar a
ganarse el pan muy pronto.
La extremada pobreza de sus padres lo obligaba a ello. Desde
niño trabajó de papelerito voceador de periódicos en Guadalajara. Pero nuestro
Señor Jesucristo lo tenía destinado para ser vocero de su Evangelio. Se le
abrieron así las puertas del seminario de Guadalajara.
Pronto las dificultades se dieron cita en la vida del joven
seminarista. Sabás no sobresalía por sus dotes intelectuales. Era, lo que se
suele decir, escaso en ellas, o de cortas luces. Lo habían notado los
superiores del seminario.
Al rector no
se le ocurrió
otra cosa que
aconsejarle cambiar de seminario
y lo recomendó
ante la diócesis
de Tamaulipas, necesitada
de sacerdotes y que parece ser se contentaba. Allí acabaría sus estudios
de formación para el sacerdocio y allí
sería ordenado sacerdote
el día de
Navidad de 1911
por el obispo
de Tamaulipas, y había celebrado su primera misa el 6 de enero de 1912 en
el templo de Nuestra Señora de Belén, en Guadalajara, Jalisco.
Le tocará vivir su sacerdocio en algunos de los lugares más
castigados por la persecución anticatólica. Comenzó precisamente su ministerio
sacerdotal en la localidad de Tantoyuca de aquella diócesis. Pero allí duraría
poco, pues la persecución religiosa que enseguida zarandeó casi todo México
llegó también con vehemencia a Tamaulipas en 1914, por lo que el joven
sacerdote se vio obligado a volver a su tierra natal. Aquí fue mandado a varios
lugares: San Cristóbal de la Barranca, Plan de Barrancas, Hostotipaquillo y
Atemajac de Brizuela, y en 1919 pasó a la parroquia de Tototlán, para colaborar
con el señor cura Francisco Vizcarra Ruiz, primero como capellán de la hacienda
de San Antonio de Gómez y después en 1921, en la cabecera parroquial. Y fue en
Tototlán donde el padre Sabás tendrá que dar su testimonio cabal de Cristo. A
partir de agosto de 1926 las cosas se pusieron muy feas por doquier para los
sacerdotes y para los católicos. Con el culto suspendido en los templos de toda
la República, el párroco de Tototlán se retiró del pueblo y quedó el padre
Sabás con el encargo de administrar los sacramentos. Pero también Tototlán era
uno de los lugares más significados en la lucha cristera y por ello de los más
castigados por la federación, cuando lo invadía, y perpetraba en la población
todo género de desmanes.
Los combates entre
los soldados del gobierno y los defensores cristeros estaban a la orden del
día, y casi siempre los federales llevaban la de perder ante la fuerza moral y
las motivaciones de los cristeros, no obstante su escasez de medios y su gran
pobreza. Como los sacerdotes eran perseguidos a muerte, el padre Reyes tuvo que
esconderse. Incluso algunos buenos vecinos le sugerían que mejor se fuera de
Tototlán porque si lo agarraban lo iban a matar seguramente. Sin embargo el
padre Sabás contestaba siempre lo mismo: “Tengan fe”.
A mí me dejaron de encargado y no sale bien irme. Dios sabrá.
Me ofrecen ayuda en otras partes, pero me dejaron y aquí esperamos, a ver qué
Dios dispone”.Murió el 13 de abril, ciertamente el sacerdote sufrió
literalmente los tormentos de la pasión del Señor, un mar de penas y tormentos
en aquel miércoles Santo de 1927. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 en
Roma, y canonizado el 21 de mayo de 2000, Año Santo Jubilar, por el Beato Juan Pablo
II.
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