En la ciudad de San Juan de los
Lagos, Jal., el 29 de abril de 1887, nació Pedro Esqueda, hijo de Margarito
Esqueda y Nicanora Ramírez. El mismo día de su nacimiento recibió el santo
bautismo, y la confirmación, menos de tres meses después, el 10 de julio
siguiente. Sus padres fueron pobres, pero profundamente cristianos, de manera
que criaron al niño en el santo temor de Dios, lo que hizo que toda su vida se
conservara en la inocencia y santa simplicidad de costumbres. A los cuatro años
de edad inició su instrucción en una escuela privada, regida por la maestra
Piedad; en ella aprendió las primeras letras, en la cartilla, durante dos años.
A los seis años ingresó a la llamada “Escuela del Santuario”, dirigida por el
profesor Pedro Márquez. Ahí curso los seis grados de instrucción primaria. Fue
un alumno aprovechado, con buenas calificaciones y, a veces, premios en las
materias. Era un niño sencillo, pacífico; no se le vio reñir, ni molestar a
nadie. Mientras estuvo en esta escuela formó parte del grupo de acólitos y del
coro de la Basílica, así que una semana servía al altar y otra se integraba al
coro. Era un niño piadoso, rezaba diariamente un rosario él solo y otro con su
familia, en casa. Su diversión principal era levantar altares pequeños, con
todo lo necesario para el culto, y él, con un compañero llamado Mardonio,
imitaba la celebración de la Santa Misa. Muy “contento y alegre”, a los ocho
años de edad, se acercó a recibir por primera vez la Sagrada Comunión, en la
fiesta del Sagrado Corazón de 1895. Al terminar la instrucción primaria no
continuó estudiando, sino que se ocupó de trabajar en una zapatería, hasta que
le externó a su padre, un día, el deseo que abrigaba de entrar al Seminario
para llegar a ser sacerdote. Fue matriculado en el Seminario Auxiliar que
funcionaba en la misma ciudad de San Juan de los Fagos. Ahí estudió los cursos
de Humanidades y dos de Filosofía. “Sobresalió, en el Seminario; era muy
estudioso”. Después de seis años en el Seminario Auxiliar, por orden de los
superiores pasó, en 1908, a estudiar al Seminario Diocesano de Guadalajara. Ahí
cursó el tercer año de Filosofía y los cursos de Teología. Recibió las órdenes
sagradas hasta el diaconado. En 1914, al desatarse la persecución carrancista,
el Seminario fue clausurado e incautado su edificio. Los seminaristas lo
abandonaron. Tuvo que refugiarse en San Juan de los Lagos. Ahí prestó servicios
ministeriales a la parroquia, colaborando con el párroco, hasta que un día fue
llamado a Guadalajara. En esta ciudad, en el oratorio público del Hospital de
la Santísima Trinidad, recibió la ordenación sacerdotal el 19 de noviembre de
1916.
Seis días después, por orden de
la autoridad eclesiástica competente, fue nombrado vicario cooperador de la
parroquia donde había nacido, con el encargo de que, si fuera necesario,
impartiera clases en el Seminario Auxiliar del lugar. Con gran gozo y regocijo
de toda la feligresía, cantó su Primera Misa en el Santuario de Nuestra Señora
de San Juan de los Lagos, el primero de diciembre del mismo año. Inició luego
su ministerio sacerdotal, que ejerció durante, once años en esa parroquia de
San Juan. Los feligreses lo recuerdan
como un sacerdote ejemplar, humilde y lleno de caridad, con grandísimo celo,
especialmente con los niños”.Tenía caridad con los pobres: jamás se le vio
contrariado o de mal humor. Fue muy devoto de la Eucaristía, su párroco
recuerda: “...lo vi haciendo devotamente oración ante el Santísimo
Sacramento”.Organizó una asociación llamada “Cruzada Eucarística”, para
impulsar a los niños en el amor y devoción a Jesús Sacramentado. Ponía empeño
especial en preparar a los niños que por primera vez se acercaban a la
comunión. Amó entrañablemente a la Santísima Virgen María y motivó
especialmente a los niños a que también la amaran. En 1926 se recrudeció en
México la persecución contra la Iglesia. El Presidente de la República, en su
modo de proceder, manifestaba una apasionada decisión de acabar con la Iglesia.
Los Obispos mexicanos, como última medida de protesta y defensa, decidieron
cerrar los templos y suspender el culto público. La administración de los
sacramentos y el ministerio sacerdotal se realizaba ocultamente, en los
hogares. Entonces las fuerzas del Gobierno desplegaron una tenaz persecución
contra los sacerdotes de todo el país. El Arzobispo de Guadalajara aprobó que
los sacerdotes que gustaran se escondieran, aun dejando sus puestos. En la
ciudad de San Juan de los Lagos, el párroco y los sacerdotes se ocultaron en
diversos lugares. El padre Esqueda, también escondiéndose, quedó al frente de
la parroquia por encargo del señor Cura. En diversas casas, y algunas veces
fuera de la ciudad, se ocultaba, y en esos lugares ejercía su ministerio
sacerdotal. En los primeros días de noviembre de 1927, se refugió en
Jalostotitlán, Jal. Decidió volver a la ciudad de San Juan de los Lagos para
cumplir sus deberes ministeriales. Se hospedó en el Hospital del Sagrado
Corazón. Solicitó asilo en alguna otra casa, que le negaron por miedo a las
represiones del Gobierno; por lo cual se volvió a la casa de la familia Macías,
donde había estado por algún tiempo. Las dos hermanas de sacerdote, Valeria y
María del Refugio, le indicaron que era peligroso volver a una casa donde había
estado antes; que ahí lo buscarían nuevamente, y le suplicaban saliera de la
ciudad, a lo que contestó:“Dios me trajo, Dios sabrá”. Ahí se quedó. Tenía
planeado salir de San Juan el 18 de noviembre, día en que lo aprehendieron.
Habían abierto en el piso, en el
lugar donde estaba su cama, un agujero. Era un escondite pequeño. Ahí ocultaron
los ornamentos y todo lo necesario para la celebración de la Eucaristía, como
también algo del archivo parroquial, y dejaron un espacio pequeño para que
pudiera esconderse el padre. El 17 de noviembre, un sobrino del P. Pedro y
otras dos personas vinieron, ya anocheciendo, a comunicarle que peligraba
estando en la casa donde habitaba; que saliera de la ciudad. El contestó: “Dios
sabrá”. Entrada la noche, se fue a la habitación que servía de oratorio y se
guardaba el Santísimo Sacramento, invitó a toda la familia a participar y
dirigió una meditación. Fue una reflexión de preparación a la muerte. Se vio,
dice una de las personas presentes, ” que estaba dispuesto a morir”. Al
terminar agradeció, muy atentamente, la hospitalidad que le habían prestado. Al
día siguiente, 18 de noviembre, celebró la Santa Misa con mucho fervor. Después
de las últimas oraciones, tomó un crucifijo y lo besó con mucha devoción, y
después del desayuno entonó unos cánticos a media voz, al Sagrado Corazón de
Jesús, con su semblante muy alegre. Avanzaba la mañana cuando se escucharon
unos fuertes golpes en la puerta de entrada a la casa. La señorita María del
Refugio, de la familia donde se hospedaba el padre, fue a ver quién tocaba. Era
la hermana del padre Pedro, que daba aviso de estar ya a la puerta los
soldados. Así era. Habían rodeado la manzana y otros habían subido a las
azoteas vecinas. El padre Pedro apenas tuvo tiempo de entrar a la excavación,
preparada como escondite, taparla con unas tablas y poner encima una alfombra.
En seguida se oyeron otros fuertes golpes en la puerta. Fue la señorita
Florentina a abrirla. Era el teniente Santoyo acompañado de cuatro soldados.
Sin decir nada, entraron violentamente a la casa. La empezaron a revisar y
llegaron al sitio de la excavación. El teniente ordenó a los soldados remover
la alfombra y las tablas. Encontrando al padre, le ordenaron salir. “Lo sacaron
a puros golpes y malas palabras”, amenazándolo con que lo fusilarían por ser
sacerdote. Llegó luego el coronel González Romero con otro buen número de
soldados. Hizo algunas preguntas al Padre Esqueda y, con furia, le golpeó una
mejilla, abriéndole una herida que manó sangre. Le dio varios golpes con un
fuete, que también le hirió la cabeza. A empujones le indicó que marchara. Fue
tan fuerte uno de los empujones, que lo hizo caer al suelo, en el pequeño patio
de la casa. Se lo llevaron a la Abadía, (casa del Abad, contigua a la Colegiata
de Nuestra Señora de San Juan) que el ejército había con vertido en cuartel.
Ahí metieron al Padre Esqueda a un cuarto oscuro, teniéndole incomunicado.
Durante su prisión... lo
azotaban diariamente. La
encargada del Orfanatorio del Sagrado Corazón, Gertrudis del Espíritu Santo,
que con valor fue a llevarle los alimentos, afirma que “oyó los golpes que le
descargaban y los tremendos azotes. Antes de que lo mataran ya estaba por
terminar su vida con tanto que lo martirizaban”.Ahílo tuvieron prisionero hasta
el 22 de ese mes de noviembre de 1927. Ese día la tropa toda se movía al pueblo
de San Miguel el Alto. Se llevaron al Padre Esqueda consigo. Lo sacaron de la
casa-prisión a empujones y golpes. Uno de los empujones, al bajar la escalera
de la Abadía, fue tan fuerte que lo arrojó al suelo, quebrándosele el brazo
derecho. El soportaba callado.“Sufrió las molestias y tormentos que le dieron
antes de morir, en silencio, manifestando tranquilidad de ánimo al salir para
el lugar del tormento”.Se lo llevaron a pie hasta la salida de San Juan de los
Lagos. Algunos niños lo acompañaron, y con uno de ellos mandó un recado a sus
hermanas, y algunas cosas. Lo subieron a un caballo, atándole con una soga los
brazos. El Padre Esqueda, a caballo, vigilado por los soldados, caminó hasta
llegar al poblado de Teocaltitán, cercano a San Miguel el Alto. Lo bajaron del
caballo y a pie cruzó el poblado hasta las afueras de él. Ya en el campo,
llegaron a un lugar donde estaba un mezquite que en sus ramas tenía colgado
rastrojo, (lo que llaman un tapanco o almear). El Coronel Santoyo ordenó al prisionero
que subiera al mezquite hasta donde estaba el tapanco de rastrojo. El Padre
Esqueda, con infinita humildad, sin decir palabra, intentó cumplir lo que se le
ordenaba. Mas no pudo hacerlo, ya que tenía el brazo derecho roto y no podía
hacer fuerza. Hizo varios intentos de subir pero no pudo. ¿Qué intentaba el
Coronel Santoyo con hacer que el sometido subiera al tapanco? El que estuvo
presente oyó la orden del Coronel y vio los esfuerzos que el Padre Esqueda
hacía por cumplir la orden; pensó que lo que intentaba era darle muerte
quemándole vivo, incendiando el almear cuando el padre estuviera sobre él. Esta
versión la aceptaron todos y fue la que corrió entre los fieles de la región.
Injurió el Coronel al sacerdote por no subir al tapanco y sacó entonces la
pistola, descargando tres tiros sobre el padre Esqueda. Uno le entró en la
mandíbula y salió en el cráneo y dos en el costado izquierdo. Cayó muerto con
“el brazo derecho exten-dido hacia arriba, y el izquierdo en el pecho”. “Eran
entre una y dos de la tarde”, del 22 de noviembre de 1927. Los habitantes del
poblado de Teocaltitán recogieron el cuerpo del mártir la tarde de ese día. Lo
tuvieron en un salón de la escuela del pueblo y al siguiente día en la tarde le
dieron sepultura en el panteón del lugar
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