Misionero en Argentina
La
misión es el ser y qué hacer de la Iglesia. Todos hemos recibido el método de
“ir y anunciar la buena nueva”.
En
nuestra Diócesis se ha tomado muy en serio este llamado a la misión y desde
hace algunos años los sacerdotes diocesanos se han convertido en “misioneros”.
El
padre Álvaro Ramón Íñiguez, ordenándose el 15 de mayo del 2010, está trabajando
actualmente en La Banda, Santiago del estado de Argentina y ha convertido con
nosotros su experiencia de misión.
El llamado misionero.
La
misión es algo que me ha llamado la atención desde hace mucho tiempo, desde
mucho antes de ser seminarista y realizar mi opción por el sacerdocio
ministerial. Estando en el grupo de PJU en Tepatitlán, tuve la oportunidad de
iniciarme en el camino misionero que realmente resultó muy agradable. En el
Seminario, los apostolados, resultaron experiencias muy gratificantes al sentir
directamente el cariño y la respuesta de la gente. En la etapa intermedia, tuve
la experiencia de misión en la sierra del estado de Hidalgo con un grupo de
seminaristas de la secundaria de Tepa, que resultó muy agradable para ellos y
para mí. Ya en el tercer año de teología, gracias a Dios tuve la dicha de
conocer la Sierra Tarahumara, experiencia que definitivamente me marcó en mi
camino misionero. Ese mismo año junto a otros tres compañeros, libremente en
vacaciones nos fuimos a misionar a la Huasteca Hidalguense. Gracias a Dios, una
vez ordenado Diácono, tuve la dicha de volver a la Tarahumara, todo mi servicio
diaconal allá resultó algo realmente inolvidable. El trabajo con las
comunidades indígenas de la sierra, así como con los pocos jóvenes seminaristas
fue una experiencia maravillosa; la misión es servicio total y desinteresado, y
en esos lugares descubrí plenamente el rostro de Cristo que nos llama a no ser
servidos, sino a servir. Allá en la Tarahumara viví un clima de violencia y
muerte, y eso me fortaleció mucho en mi vocación y en mi servicio a favor de la
vida y los derechos humanos. La misión te sensibiliza ante el dolor y la
miseria del hombre.
Argentina.
Sabíamos
de antemano que a los tres años de ordenados, venía el cambio, cosa que en
reiteradas ocasiones nos recordaron. Así que desde meses atrás, el Padre
Antonio Becerra (mi hermano y gran amigo) y yo, comenzamos a platicar sobre la
posibilidad de salir juntos a misión. Por ese entonces, llegó a la Diócesis de
San Juan, una solicitud de una Diócesis de Uruguay, Toño y yo analizamos la
propuesta y decidimos ofrecer nuestros servicios y plena disposición a Don
Felipe Salazar. Al entrevistarnos con él, nos dijo que como criterio diocesano
se tenía el atender los lugares de misión que ya estaban establecidos, y nos
habló de Argentina, nos dijo que los Padres Alberto y Eliseo ya regresaban a
México y nos preguntó si estábamos dispuestos, a lo que inmediatamente Toño y
yo dijimos ¡sí!. Fue sin pensarlo demasiado. Al salir del obispado, fue
divertido cuando nos dimos cuenta que habíamos aceptado sin tener la más mínima
idea del lugar al cual éramos enviados. Pero Dios se encargó de todo. Fue así
como el día 11 de enero de 2013 recibí la llamada de Don Felipe para
confirmarme que sería enviado a Argentina.
Una nueva realidad.
La
experiencia ha resultado muy agradable gracias a Dios, aunque al mismo tiempo,
debo admitir que no ha sido fácil. En principio de cuentas es una realidad
completamente diferente a la que se vive en México y muy concretamente en la
Diócesis de San Juan de los Lagos. Ha sido tarea diaria irnos adaptando a un mundo
completamente nuevo y diferente: la alimentación, el lenguaje, las costumbres,
la práctica de la religiosidad, el clima, etc., muchos cambios, en donde ha
sido necesario tener mucha fe y paciencia para ir avanzando poco a poco. Ha
sido recomenzar mi vida sacerdotal, porque acá las costumbres y las formas son
muy diferentes.
Los
Obispos de acá me encargaron la guía pastoral de la Parroquia de Santo Santiago
Apóstol, en la ciudad de La Banda, provincia de Santiago del Estero, al norte
de Argentina. Es la parroquia madre de la Ciudad, con más de 100 años de
historia. Junto al templo parroquial, atiendo otras 11 comunidades, lo que resulta
todo un reto, a veces por la apatía de algunas personas, por el tiempo, por el
clima, acá el verano se vive con temperaturas superiores a los 50 grados. Pero
gracias a Dios me he sentido muy bien, recibido por mi comunidad y ha sido
maravilloso sentir plenamente el cariño de la gente hacia la persona del sacerdote.
La
vivencia de la fe.
Existe
fe, pero falta formación. En el tiempo que llevo acá en la misión argentina, me
he dado cuenta de esa cuestión, gracias a Dios la gente tiene fe, tiene
necesidad de Dios, de encontrarse con Él, pero falta formar y fortalecer esa fe
para que pueda llegar a ser una fe firme y robusta, sin titubeos. Estamos
inmersos en un clima de supersticiones y otras profesiones de fe distintas a la
nuestra, en donde he podido observar que mucha gente coquetea con su fe entre
diferentes ritos y creencias. Por ese motivo, al poco tiempo de mi llegada a ésta
comunidad parroquial, iniciamos la Escuela Parroquial de Formación, en donde
gracias a Dios se ha tenido una muy buena participación hasta el día de hoy. De
igual manera, he tratado de intensificar el trabajo de la catequesis infantil,
ahí estamos empezando un proceso de cambio, buscando garantizar la buena
formación en la fe de los pequeños que serán los que vengan a hacer el cambio
en tiempos futuros. Hemos iniciado recién, la experiencia de los Ejercicios
Ignacianos para la vida, con una muy buena participación de la gente, en donde
espero se logren buenos resultados. Soy plenamente consciente de que ahora mi
labor es la de sembrar, y con mucha fe y paciencia, es lo que he tratado de hacer.
Retos.
Uno de
los principales retos como lo mencioné anteriormente, es la formación en la fe,
continuar con un proceso permanente de formación.
De
igual forma, considero que otro de los grandes retos que tengo en ésta misión
es mostrar a la gente un rostro alegre de Cristo. Muchas personas viven
sumergidas en un clima de tensión por los valores materiales, por lo cual sus
rostros reflejan tristeza y abandono, olvido de Dios, ante ésta realidad, ha
sido muy interesante encontrarse con un rostro alegre del Sacerdote, dispuesto
a escucharlos y ayudarlos a encontrar a Dios en sus vidas.
Los
jóvenes es otro gran reto. Entre ellos la cuestión religiosa no tiene mucha
importancia. Hay muchas muertes juveniles, los chicos no le dan valor a la vida
y viven de una manera libertina y desenfrenada. Para muchos de ellos lo más
importante es divertirse y vivir la vida a la ligera, entre el alcohol, las
drogas, el sexo y el uso de la motocicleta sin ningún tipo de cuidado. Con
ellos hay mucho por hacer. Es difícil lograr que se acerquen a la Iglesia, pero
gracias a Dios, hay muchos casos en donde la presencia de Dios ha ido fraguando
en ellos un nuevo estilo de vida.
Pero
junto a éste reto de evangelizar a los jóvenes, se encuentra el gran reto de
evangelizar a los papás de los jóvenes, en donde desgraciadamente se observa
muy poco interés por acercar a sus hijos a Dios. Muchos papás se preocupan por
bautizar a sus hijos, y asunto acabado, no tienen el interés por inculcarles en
casa los valores que le dan fundamento sólido a la vida de sus hijos. En ese
sentido, darle más valor al sacramento del matrimonio, que para muchos no es
importante. Hemos iniciado un proceso formal en lo que concierne a la Pastoral
Familiar, proyecto que espero pueda rendir muchos frutos primero Dios.
La
promoción vocacional es otro gran reto, que las jóvenes generaciones vean en el
Sacerdocio y la Vida Consagrada, una opción atractiva para su vida.
Las Vocaciones.
Por el
mismo ambiente juvenil los chicos tienen muchas opciones en su mente antes que
pensar en Dios, y mucho menos consagrar su vida a través del Sacerdocio. Se
cuenta en la Diócesis con un Seminario en donde se realiza el Curso
Introductorio y la Filosofía, actualmente son 10 jóvenes los que ahí se
preparan en ambas etapas de su formación. La teología la cursan en Tucumán. El
clero local, no sobrepasa los 50 sacerdotes y las necesidades realmente son
muchas.
Agradecemos a Dios por el ministerio del padre
Álvaro y roguemos al Dueño de las Mies que me siga bendiciendo con la
obediencia.
Seminarista Juan de Dios Torres Muñoz
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