La vocación es el gran
acontecimiento de la vida. Cuando se toma conciencia del llamado de Dios, la vida adquiere un nuevo sentido. Dios
llama para algo muy especial, pero no llama para olvidarse del pasado, de las
circunstancias, al contrario, Dios llama con toda la historia y con todas las
capacidades y limitaciones. Independientemente de la vocación al que Dios esté
llamando, es necesario tener una autoconocimiento para con ellos descubrir a
que y como está llamando Dios.
Los personajes bíblicos
que fueron llamados. Constantemente tiene que hacer una lectura de su vida, de
su realidad desde la fe. Al igual que ellos hay que mirar dentro de uno mismo.
La vocación implica
comprometerse en el mundo y con la sociedad para buscar su bien. En pocas
palabras hay que ser valiente y reconocer de donde viene y en donde se
encuentra cada uno para dar una respuesta con una mayor eficacia y sinceridad
en la medida que existe n autoconocimiento, se puede dar cuenta de los
elementos que pueden ser utilizados para responder.
El Evangelio
ciertamente habla de la vocación como una renuncia, un ir tras de Jesús, renunciar
a uno mismo y al mundo, dejar casa, amigos, familia, hijos, etc., pero esto no
implica un olvido sistemático de todo. No hay que entenderla como un desprecio
de la propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad;
todo lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida
en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino.
Si hablamos
específicamente de las vocaciones consagradas, ni el Seminario ni los Conventos
deben ser refugio de aquellos que se niegan a asumir su propia historia, de
otro modo no hay una vocación plena. Jesús llama a la persona con todo lo que
es. ¿Quién mejor que él conoce los pensamientos profundos y las acciones
secretas? Solo Él. Si Jesús llama, lo hace con una persona completa, que aunque
limitada, se encuentra dispuesta a iniciar un proceso de conversión constante
que nunca terminará. De ahí la importancia de reconocer, con humidad, todo lo
que se es. Dios lo tomara con amor. Si tal como el joven del Evangelio, que entrega
sus panes y peces a Jesús, tal vez poco para la multitud, Él sin duda lo ha de
tomar a sabiendas y lo a multiplicar. Lo importante es tener u n corazón
dispuesto y generoso, un corazón que sabe que él lo que tiene para entregar y
que sabe en qué falla para poderlo mejorar.
El conocimiento y
aceptación propios ya implican un proceso de conversión, hablan de un sincero
deseo de dejarse formar, como los discípulos, por Jesús que los lleva aparte
para ensañarles con una mayor intimidad. Si Dios sabe de qué estamos hechos, el
sabrá como ayudarnos. El miedo no debe existir si se reconocer infinitamente
superior el amor de Dios que se fija en una pequeña vasija de barro que, sin
duda alguna, lleva un tesoro que lo rebasa.
Carlos Daniel Marmolejo
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