miércoles, 20 de julio de 2016

TESTIMONIO VIVO


El viajero de los pueblos
“Señor dame de esa agua” (Jn 4,15)
Dar de beber al sediento. Esta obra de misericordia entra desde lo más profundo de nuestras realidades y las trasforma. El agua es una fuente de vida y por ello es una necesidad inminente en la naturaleza humana. Dar de beber al sediento es encontrarnos con el hermano en su necesidad de vida. Además es reconocer que miles de personas nos necesitan y que a nuestro lado hay muchos que ni siquiera tienen lo esencial para vivir como es el agua.
Conocí a Melisa. Una persona muy buena, con un corazón noble y lleno de Dios. Compartí con ella muchas enseñanzas de vida y aprendí de ella otras tantas. Tengo varios años sin verla pero estoy seguro que sigue siendo la misma persona alegre, genial y muy inteligente que conocí.
En San Juan de los Lagos, miles de peregrinos visitan a Nuestra Señora todos los años. Estos pelegrinos son unos verdaderos héroes de la fe. Algunos caminan por semanas para llegar  a los pies de la Virgen. El trayecto no siempre es fácil. En alguna ocasión tuve la oportunidad de caminar desde Lagos de Moreno a la Basílica en San Juan, un trayecto relativamente corto a comparación de lo que tantos peregrinos siempre caminan. Casi al llegar a San Juan después de una larga mañana noté que me hacía falta algo indispensable. No llevaba agua para el camino. Mientras el sol no golpeó nuestro paso no fue necesaria el agua, sin embargo cuando cayó la mañana nos dimos cuenta de cuánto sufre un cuerpo humano sin agua.
Veníamos cansados y agotados. Y a lo lejos observé un gesto maravilloso. Melisa y su hermana estaban al pie de la carretera ofreciendo agua para los que caminaban, como muchas personas que en San Juan ayudan a los peregrinos. Se acercó a mí y me entregó una bolsa de agua, la más fresca que he tomado. Al principio pensé que me ofreció porque me conocía pero me di cuenta que este gesto se repetía con todos los que iban a nuestro lado. En ella representé a tantas personas que a lo largo de la vida han ayudado a estos peregrinos que vienen luchando contra las inclemencias de la vida con tal de ver a la Madre del Cielo.
Incluso Jesús en el Evangelio sintió en muchas ocasiones sed. Imaginemos el tiempo en el desierto, o cuando caminaban de un pueblo a otro. Incluso Juan en la Pasión de Jesús narra: “Sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, dijo: “Tengo sed”, y con esto también cumplió la Escritura” (Jn 19,28).

Pero Jesús nos enseña dónde está la verdadera misericordia cuando tiene el encuentro con la Samaritana: Jesús cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era cerda de medio día. Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacer agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. La Samaritana le dijo: “¿Cómo tú que eres judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?”. Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría” [...] “El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed”. La mujer le dijo: “Señor dame de esa agua”. (Jn 4, 6b-7. 9-10. 13-14b. 15a)

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