El viajero de los pueblos
“Señor dame de esa agua” (Jn 4,15)
Dar de beber al
sediento. Esta obra de misericordia entra desde lo más profundo de nuestras
realidades y las trasforma. El agua es una fuente de vida y por ello es una
necesidad inminente en la naturaleza humana. Dar de beber al sediento es
encontrarnos con el hermano en su necesidad de vida. Además es reconocer que
miles de personas nos necesitan y que a nuestro lado hay muchos que ni siquiera
tienen lo esencial para vivir como es el agua.
Conocí a Melisa.
Una persona muy buena, con un corazón noble y lleno de Dios. Compartí con ella
muchas enseñanzas de vida y aprendí de ella otras tantas. Tengo varios años sin
verla pero estoy seguro que sigue siendo la misma persona alegre, genial y muy
inteligente que conocí.
En San Juan de los
Lagos, miles de peregrinos visitan a Nuestra Señora todos los años. Estos
pelegrinos son unos verdaderos héroes de la fe. Algunos caminan por semanas
para llegar a los pies de la Virgen. El
trayecto no siempre es fácil. En alguna ocasión tuve la oportunidad de caminar
desde Lagos de Moreno a la Basílica en San Juan, un trayecto relativamente
corto a comparación de lo que tantos peregrinos siempre caminan. Casi al llegar
a San Juan después de una larga mañana noté que me hacía falta algo
indispensable. No llevaba agua para el camino. Mientras el sol no golpeó
nuestro paso no fue necesaria el agua, sin embargo cuando cayó la mañana nos
dimos cuenta de cuánto sufre un cuerpo humano sin agua.
Veníamos cansados y
agotados. Y a lo lejos observé un gesto maravilloso. Melisa y su hermana estaban
al pie de la carretera ofreciendo agua para los que caminaban, como muchas
personas que en San Juan ayudan a los peregrinos. Se acercó a mí y me entregó
una bolsa de agua, la más fresca que he tomado. Al principio pensé que me
ofreció porque me conocía pero me di cuenta que este gesto se repetía con todos
los que iban a nuestro lado. En ella representé a tantas personas que a lo
largo de la vida han ayudado a estos peregrinos que vienen luchando contra las
inclemencias de la vida con tal de ver a la Madre del Cielo.
Incluso Jesús en el
Evangelio sintió en muchas ocasiones sed. Imaginemos el tiempo en el desierto,
o cuando caminaban de un pueblo a otro. Incluso Juan en la Pasión de Jesús
narra: “Sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, dijo: “Tengo sed”, y con esto
también cumplió la Escritura” (Jn 19,28).
Pero Jesús nos
enseña dónde está la verdadera misericordia cuando tiene el encuentro con la
Samaritana: Jesús cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era
cerda de medio día. Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacer
agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. La Samaritana le dijo: “¿Cómo tú que
eres judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?”. Jesús le
dijo: “Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de
beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría” [...] “El que beba de
esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca
volverá a tener sed”. La mujer le dijo: “Señor dame de esa agua”. (Jn 4, 6b-7. 9-10.
13-14b. 15a)