lunes, 19 de octubre de 2015

“Testimonio vivo"


“Porque cunado soy frágil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 10)
El Viajero de los Pueblos
La fortaleza es un valor único, inigualable y profundamente inscrito en el corazón del hombre. Es la capacidad de longanimidad ante las preocupaciones que nos rebasan. Podríamos pensar que la roca es más fuerte que el agua, pero al mucho insistir la perfora, la rompe y termina con ella. Sin embargo el agua sigue siendo igual. ¿De dónde proviene su fuerza?
Hoy veremos una muestra clara de antecedente, situación y concepto.
Un día estando en la Catedral-Basílica me di cuenta de que una amable joven pasó a preguntar sobre un lugar específico para poder visitar, sus rasgos eran orientales pero su dicción era de un perfecto español. Preguntando sobre el Primer Milagro de la Virgen, y sobre los lugares a visitar llegó esta joven japonesa. Esto me recordó una pequeña historia que aprendí hace bastantes años.
Li era una jovencita que trabajaba desde muy pequeña en su casa, cultivando el arroz por las mañanas y ayudando por la tarde en un taller de pequeños juguetes que llegan de importación a México. Toda su vida pasó así, del cultivo a casa y del taller a comenzar de nuevo con su rutina. Sencillamente no hacía nada diferente a otras personas y hubo ningún hecho fantástico en su vida. Esto es su antecedente. Nada extraordinario.     
La situación es complicada. Perdió a sus padres en un terremoto, la empresa familiar pasó a manos de su tío que despilfarró los bienes, nunca se casó y hasta hace poco supo que carga con una enfermedad mortal que la obliga a sufrir mucho. Ella sigue tranquila, impasible y serena. ¿Por qué? ¿Si la vida nunca la había probado, si nunca tuvo problemas, ahora cómo sabe afrontarlos?
El concepto es claro. Su respuesta es la fortaleza. Ella como el agua supo aprender de lo ordinario, de lo genial de la vida cotidiana. Aunque parezca igual el agua, nunca es la misma. Siempre está en movimiento.  Pudo hacer de lo ordinario, algo extraordinario que la fue preparando para esta misión en su vida.
La fortaleza viva está presente en muchas personas que salen de su patria, por trabajo, por misión o incluso por la misma satisfacción de viajar. Todos ellos presentan algo en común, deben de salir de sus comodidades, enfrentarse a una cultura e insertarse en ella. Así pasa con nuestros paisanos que emigran de su tierra para poder mantener a su familia. Sufren hambre, dolor, depresión, desesperación por no poder comunicarse ni siquiera para desear los buenos días a alguien. Todo ello es una prueba de fortaleza. Ésta no significa dureza, amargura y pesadez. Va más allá, la fortaleza habla de constancia de firmeza y tenacidad. La diferencia entre una impactante muralla y una simple pared no es más que la repetición aumentada de los mismos ladrillos con que ambas fueron hechas.
Eso es fortaleza. La joven de Japón que conocí fue una inspiración para reconocer la fortaleza en mi vida. Sé que detrás de ese español un poco cortado, pero bien ordenado, debe de haber muchas horas dedicadas al estudio, a la práctica. Debe de haber errores, burlas, incluso situaciones difíciles para pedir algo necesario y no poder darse a entender. Pero también podemos decir que detrás de una simple conversación existe una vida llena de experiencias, circunstancias y trabajo por poder comunicarse.

Ojalá que tantas palabras cumplan su fin. Darnos cuenta de que la fortaleza no viene adjunta a nuestra vida, se experimenta poco a poco y se aprende en lo habitual. Así podemos decir como el Apóstol de los Gentiles, “Me complazco en soportar por Cristo debilidades, injurias, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando soy frágil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 10). ¿Y nosotros cómo vivimos la fortaleza en nuestra historia? 

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