jueves, 22 de mayo de 2014

NUESTRO OBISPO PRESENTÓ AL SANTO PADRE NUESTRA REALIDAD


La mañana del lunes 12 de mayo, fueron recibidos en audiencia con el Papa Francisco los Obispos del primer grupo de la Visita “ad limina”.
Presidió el grupo el Emmo. Sr. Card. Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara, con sus Obispos Auxiliares: Excmo. Mons. Miguel Romano Gómez, Obispo titular de Vagal; Excmo. Mons. José Leopoldo González González, tit. de Tuburnica; Excmo. Mons. Juan Humberto Gutiérrez Valencia, tit. de Giunca di Bizacena.
Entraron junto con ellos: el Excmo. Mons. José María De la Torre Martín, Obispo de Aguascalientes; el Excmo. Mons. Gonzalo Galván Castillo, Obispo de Autlán; Excmo. Mons. Braulio Rafael León Villegas, Obispo de Ciudad Guzmán; Excmo. Mons. Marcelino Hernández Rodríguez, Obispo de Colima; nuestro Pastor Excmo. Mons. Felipe Salazar Villagrana, Obispo de San Juan de los Lagos; el Excmo. Mons. Luis Artemio Flores Calzada, Obispo de Tepic; y el Excmo. Mons. José de Jesús González Hernández, Prelado de Jesús María del Nayar.
Les acompañaron también el Excmo. Mons. Ramón Castro Castro, Obispo de Cuernavaca; y nuestro conocido Excmo. Mons. Raúl Gómez González, Obispo de Tenancingo, en el fin de novenario de la muerte de su mamá Lucita. Ellos no han cumplido cinco años en su Diócesis, por lo que su presentación es más libre.
El encuentro con el Sucesor de Pedro es una forma de manifestar la unidad con la Iglesia universal y un servicio a la comunión de la Iglesia. Fortalece la responsabilidad de cada obispo como sucesor de los Apóstoles y la comunión jerárquica con el Sumo Pontífice, en referencia a las tumbas de Pedro y Pablo, pastores y columnas de la Iglesia.
Tiene también un sentido de comunión con los Obispos y las comunidades eclesiales del mundo entero, pues en sus intercambios se aportan las realidades y experiencias de la propia Iglesia particular, y se reciben las de otras diócesis del mundo, produciendo así un enriquecimiento mutuo que es fruto de la comunión eclesial.
Después de una presentación general de la Provincia Eclesiástica de Guadalajara, cada obispo presentó brevemente el estado de su diócesis al Papa Francisco, respondiendo a sus eventuales preguntas, y tratándole brevemente algún asunto particular; todo en un espacio de 5 minutos, a partir de la síntesis de su Informe.
No se encuentran como personas aisladas, pues cada uno representa el ‘nosotros’ de la Iglesia: de los fieles, de los obispos, y en cierto sentido, del Cuerpo de Cristo, en un intercambio vital entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. Un apostolado integral abarca la colaboración de todos en la Iglesia, universal y particular.
Durante la semana, se entrevistarán también con los diversos organismos de la Curia Romana, es decir, congregaciones, consejos y comisiones pontificias, etc. Tienen asuntos pendientes en el Informe enviado, o se les requiere para precisar algunas cosas. Esperan así el Mensaje del Santo Padre a todos los Obispos de México el lunes 19.
Desde antiguo, los peregrinos fueron a Roma para dar testimonio de su fe e implorar la gracia divina junto a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, umbrales de la Ciudad eterna que es la meta última del camino humano. Por eso también los Obispos celebraron en las criptas de la Basílica Vaticana ante la tumba de San Pedro, y celebrarán en San Pablo extramuros. Reflexionar y orar ante los lugares del supremo testimonio de los Apóstoles les provoca una renovada profesión de la fe que han propagado, vivido y servido. Sus tumbas son “confesiones”, es decir, “testimonios” que nos hablan de la Verdad y la gracia de Cristo salvador, a quien ellos ofrecieron el servicio de su palabra y el don de su vida. Por encima de sus tumbas, señorea la figura de Cristo crucificado y resucitado.
No están, pues, en la Roma mundana, de museo y de turismo, surgida de Rómulo y Remo, manchada de sangre hermana y extendida desde sus siete colinas hasta los confines del mundo antiguo, quedando sólo ruinas; ni la Roma medieval con sus esplendores de leyenda, donde se mezclan el bien y el mal, la grandeza y la miseria, la belleza y la fealdad. Es el signo de aquella “Ciudad futura” hacia la que todos estamos encaminados, como Abraham y los patriarcas (Hb 11,14; 13,14), como los apóstoles y los mártires, cuyos recuerdos se encuentran como los santos de todos los tiempos. Más allá de los monumentos de ayer y hoy, de los museos, palacios, sedes de poder, lugares de estancia, trabajo y sufrimiento, esa Roma pertenece al espíritu más que a los sentidos.
Entre la Jerusalén histórica, que tuvo la función de hacer converger en Cristo los peregrinos del Antiguo Testamento, y la Jerusalén celeste, ciudad de Dios hacia la cual avanza como término último la historia, Roma es el signo de la Iglesia, donde se realiza, no sólo el cumplimiento de las promesas y esperas antiguas, sino también y sobre todo la proyección escatológica de todas las esperanzas humanas hacia la vida eterna.
Es el centro visible de la Iglesia; punto donde convergen las experiencias de la santidad cristiana; donde está la Cátedra desde la cual la Iglesia maestra, a través del Sumo Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra y Pastor de la Iglesia universal, predica la doctrina, dirige a la cristiandad universal, y exalta los santos de todo el mundo que en su fidelidad realizaron en sí la perfección de la vida según el Evangelio y que son para nosotros los hermanos mayores que nos guían en el gran camino hacia la Jerusalén del cielo.

Padre Francisco Escobar Mireles 


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