martes, 22 de diciembre de 2015

El autoconocimiento en la vocación.


La vocación es el gran acontecimiento de la vida. Cuando se toma conciencia del llamado de  Dios, la vida adquiere un nuevo sentido. Dios llama para algo muy especial, pero no llama para olvidarse del pasado, de las circunstancias, al contrario, Dios llama con toda la historia y con todas las capacidades y limitaciones. Independientemente de la vocación al que Dios esté llamando, es necesario tener una autoconocimiento para con ellos descubrir a que y como está llamando Dios.
Los personajes bíblicos que fueron llamados. Constantemente tiene que hacer una lectura de su vida, de su realidad desde la fe. Al igual que ellos hay que mirar dentro de uno mismo.
La vocación implica comprometerse en el mundo y con la sociedad para buscar su bien. En pocas palabras hay que ser valiente y reconocer de donde viene y en donde se encuentra cada uno para dar una respuesta con una mayor eficacia y sinceridad en la medida que existe n autoconocimiento, se puede dar cuenta de los elementos que pueden ser utilizados para responder.
El Evangelio ciertamente habla de la vocación como una renuncia, un ir tras de Jesús, renunciar a uno mismo y al mundo, dejar casa, amigos, familia, hijos, etc., pero esto no implica un olvido sistemático de todo. No hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino.
Si hablamos específicamente de las vocaciones consagradas, ni el Seminario ni los Conventos deben ser refugio de aquellos que se niegan a asumir su propia historia, de otro modo no hay una vocación plena. Jesús llama a la persona con todo lo que es. ¿Quién mejor que él conoce los pensamientos profundos y las acciones secretas? Solo Él. Si Jesús llama, lo hace con una persona completa, que aunque limitada, se encuentra dispuesta a iniciar un proceso de conversión constante que nunca terminará. De ahí la importancia de reconocer, con humidad, todo lo que se es. Dios lo tomara con amor. Si tal como el joven del Evangelio, que entrega sus panes y peces a Jesús, tal vez poco para la multitud, Él sin duda lo ha de tomar a sabiendas y lo a multiplicar. Lo importante es tener u n corazón dispuesto y generoso, un corazón que sabe que él lo que tiene para entregar y que sabe en qué falla para poderlo mejorar.

El conocimiento y aceptación propios ya implican un proceso de conversión, hablan de un sincero deseo de dejarse formar, como los discípulos, por Jesús que los lleva aparte para ensañarles con una mayor intimidad. Si Dios sabe de qué estamos hechos, el sabrá como ayudarnos. El miedo no debe existir si se reconocer infinitamente superior el amor de Dios que se fija en una pequeña vasija de barro que, sin duda alguna, lleva un tesoro que lo rebasa.

Carlos Daniel Marmolejo 

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